MEMORIA-ESTUDIOS HISTÓRICOS ARQUEOLÓGICOS. PROYECTO DE INTERVENCIÓN: CONJUNTO ARQUEOLÓGICO "Casas Cuevas" DE PEÑAFLOR.
Primera ocupaciones.
El poblamiento humano relativo al Paleolítico Inferior arcaico se vincula a la presencia de los cantos tallados en las terrazas superiores del Bajo Guadalquivir, que evolucionó durante el Pleistoceno Medio hacia un horizonte plenamente achelense, extendido por toda la amplia cuenca del río. Desde el punto de vista tipológico el utillaje lítico del Bajo Guadalquivir puede dividirse entre cantos tallados, bifaces, hendedores y triedros, además de piezas sobre canto partido, lasca seminodular y tipos en lasca (Vallespi et alii 1982:89-90). La prospección arqueológica sistemática de la cuenca del río Corbones, ha permitido reconocer una serie asentamientos temporales, por la aparición de conjuntos líticos superficiales, al aire libre junto a los barrancos abiertos por el río sobre las terrazas del Guadalquivir. Se trata de yacimientos situados en medio de graveras de cuarcitas que se clasifican en el Paleolítico Medio “indeterminado”, propio de enclaves abierto y con aprovisionamiento de cantos rodados en graveras, y con características tecno-tipológicas originarias del Achelense: menores dimensiones, uso mayoritario de la cuarcita, uso de percutor duro, masiva presencia de centrípetos, escasa presencia de Levallois, y aumento de tipos del Paleolítico Superior como raspadores y perforadores (Caro 2000:239-241).
Respecto al Valle Medio del Guadalquivir, en el entorno de la localidad de Peñaflor (Sevilla), destaca el yacimiento de La Barqueta (Palma del Río), donde se han estudiado las primeras ocupaciones humanas, relativas al Paleolítico Inferior. Se trata de un enclave en la orilla izquierda del río Genil, en uno de los meandros cercanos a su desembocadura en el Guadalquivir. Se realizaron aquí hallazgos superficiales de un total de 189 piezas (63% en cuarcita y 37% en silex), Que se sumaron a otras evidencias paleolíticas en la comarca, como la presencia de cantos tallados en el yacimiento de Vallehemoso, en el T.M. de Peñaflor (Ferrer et alii 2002:591).
El material inventariado en La Barqueta incluye cantos tallados, núcleos, restos de núcleos, esferoides, bifaces, hendedores, pic, triedros, lascas y útiles sobre lasca (Araque y Ruiz 1989:105118). Pero adscripción de estos útiles estudiados al Paleolítico Inferior, según sus paralelismos con los materiales estudiados en Trance Pajares (Montilla), a los que se refirió Vallespi, se presentaron dos posibilidades, una que se tratara de dos momentos Paleolíticos, representado cada uno por un tipo de industria, las inferopaleolíticos (cantos tallados, lascas, bifaces y núcleos levallois o de “Herradura”); y como segunda hiptesis cabía la posibilidad de que toda la insdustria aparecida en la misma zona fuera musteriense, con una fuerte tradición del Paleolítico Inferior (Vallespi 1985).
Neolítico y Calcolítico.
La agricultura extensiva iniciada en el Neolítico fue sin duda la pieza clave en el posterior aumento demográfico, si se muestra con la multiplicación de los asentamientos en todo el valle del Guadalquivir y en las campiñas cordobesas y sevillanas (Acosta 1995:69-77).
Debemos reseñar la presencia al aire libre del Neolítico desde sus orígenes, como se ha constatado en el valle del río Corbones, mediante la recogida y estudio de materiales cerámicos y líticos relativos tanto a este periodo como al Calcolítico y al Bronce Pleno. La situación de los yacimientos con materiales neolíticos (Las Barrancas, Los Álamos y San Pedro) en tierras de excelentes productividad agrícola indica el comienzo de la explotación agrícola de las mismas, acompañada de actividades ganaderas desarrolladas en la amplia cobertura vegetal entonces existente, debiéndose constatar en un futuro tales actividades a “través de excavaciones (Caro y Gavilán 1995:25-67).
La aproximación a la ocupación calcolítica de este tramo del Valle del Guadalquivir será objeto de estudio por parte de J.F. Murillo, localiza aquí un foco de doblamiento relativo a ese periodo (Murillo 1988: 5-25), al detectar mediante prospección una docena de nuevos yacimientos. Estos enclaves poseen un patrón de asentamiento regular y longitudinal al Guadalquivir, en unas cotas de 100 a 300 m de altitud, próximas a los terrenos aluviales, con buenas posibilidades agrícolas, y relacionados con la cercana sierra, fuente de pastos para el ganado, recursos cinegéticos y depósitos de mineral de cobre. Encuadra cronológicamente el origen de la ocupación, sin antecedentes neolíticos, en el Calcolítico Inicial, con los yacimientos de Vega de Santa Lucía y Cerro de los Pesebres, que cuentan con las típicas fuentes carenadas y algunos fragmentos a la almagra; el Calcolítico Pleno se defiende por platos de borde engrasado, y se registra en Vega de Santa Lucía, Presa del Retortillo, La Higuera, La Morena, Paterna, Cerro del Escribano, Cabrillas, Cerro de los Peces y Cuevas Bajas; el Calcolítico Final, con cerámica campaniforme se documenta en la Verduga 2 y en Cuevas Bajas, y con puntos de Palmeta en Cerro de los Pesebres y San Sebastián.
Bronce Pleno y Bronce Final.
El yacimiento de Setefilla, a una decena de kilómetros al Oeste de Peñaflor, se muestra como un enclave esencial para el estudio histórico del Bronce Pleno y Final en esta zona del Valle del Guadalquivir. Destaca así el sondeo estratégico realizado en 1976 la Mesa de Setefilla, el Corte 1, tras las dos campañas centradas exclusivamente en la necrópolis de túmulos. El registro arqueológico obtenido en aquella campaña fue ampliado durante la excavación de 1979 en la Mesa de Setefilla, mediante los Cortes 3 y 3 (Aubet et alii 1983). Este sondeo fue el que permitió localizar definitivamente el asentamiento protohistórico al que correspondían los túmulos funerarios tartésicos, ya conocidos desde 1926 (Bonsor y Thouvenot 1928).
Las principales fases identificadas en la campaña de 1976 fueron las relativas tanto a la muralla del Corte 1 como a la fase final relativa al Orientalizante, detallando cada una a continuación:
- La Muralla de base del Corte 1: identificada en el sector más profundo del sondeo estratigráfico sellaba la secuencia ininterrumpida desde época turdetana hasta principios del Hierro. Consiste en una gran plataforma de piedra con dos potentes alineaciones paralelas de piedras de mediano tamaño, que formaban los extremos de la fachada interna de dos poderosos muros paralelos de orientación VW-SE delimitando un espacio interior de algo más de 2 m de anchura, que apareció rellenado de piedras de gran tamaño. El muro interno mostró que ambos muros presentaban fachada de aparejo bastante irregular. Presenta todas las características de un contrafuerte o muralla de espesor considerable, más de 5 m de anchura, cuya estructura superior se había reforzado mediante paramentos paralelos de muros.
El Corte 2 nos indica su relación con el bastión circular. Sorprendentemente, la muralla apareció cegada e inutilizada por un pavimento de adobe colocado directamente sobre su superficie. Una vez acondicionado el terreno de esta forma, todo parece indicar que se habitó inmediatamente sobre él, durante los siglos VIII-VII a. C. La inutilización de la muralla se produjo en la fase III. El contrafuerte o muralla del Corte 1, de estructura más tosca y menos que el bastión del Corte 2, se erigió después del bastión y antes de la fase III.
- El Orientalizante o Fase III (Estratos XI-VI): el estrato XI corresponde en gran parte al pavimento del estrato X, ambos superpuestos directamente sobre la superficie de la fortificación.
Es más probable que el estrato XI sirviera de pavimento a las edificaciones superiores de la zona septentrional del corte. Supuesto a dicho pavimento, el estrato X estaba formado por un gran derrumbe de estructuras de adobe de gran espesor, 80 cm. de grosor máximo en el sector oriental. No se constataron estructuras de viviendas, pero sí cerámica en la base del estrato y restos orgánicos que sugieren una fase de ocupación intensiva, similar a la del estrato VIII.
Las características de los materiales de los estratos XI y X hacen que los podamos separar en dos grupos. En uno predomina la cerámica producida a mano, de tipología relativamente arcaica, con excelente calidad de pastas y bruñidos, alejados del mundo de los túmulos A y B de la necrópolis y más relacionados con formas y técnicas del Bronce Final.
El estrato IX, intercalado entre los dos niveles de habitación más potentes de la excavación, el VIII y el X, no proporcionó restos de estructuras y sólo su sector oriental proporcionó cantidad considerable de restos cerámicos, con formas arcaica con cuencos de decoración bruñida, aunque aparecen ya fragmentos o tomo, amorfos, de clara filiación fenicia.
El estrato VIII constituyó una de los niveles más potentes del corte 1 y corresponde a una fase de ocupación de cierta envergadura. Formado por tierras arcillosas de color amarillenta, contenía gran número de adobes caídos y pareces de adobe construidas en los estratos XII-IV, asociadas además a pavimentos de tierra roja batida, que ofrecen zócalos de una o dos hiladas de piedra.
El estrato VIII corresponde así a una fase de larga duración y resultó uno de los más ricos en hallazgos cerámicos. Abunda ya el material fabricado a torno. En la producción local las formas de los recipientes, cuencos, cazuelas y platos, tienden a presentar bordes más rectilíneos, perdiendo el grosor del borde y la carena acusada de los tiempos arcaicos del Bronce Final.
El registro de materiales arqueológicos obtenidos en 1979 en el llamado Corte 3 de la Mesa de Setefilla, constituye una de las secuencias más espectaculares de la Baja Andalucía, ya que recoge todo el desarrollo de la sociedad tartésica local desde mediados del segundo milenio hasta aproximadamente el año 400 a. C., planteándose así:
- Fase I: Corresponde a un Bronce Pleno, rico en estructura rectangulares de habitación de piedra y adobe, con enterramientos practicados en el interior del poblado (Aubet y Sema 1981).
- Fase II: sigue un Bronce Final característico con cabañas construidas con materia orgánica y viviendas dispersas.
- Fase III: La dinámica del asentamiento experimenta (tras la involución del Bronce Final), avances considerables y se traduce sobre todo en el aumento espectacular de la superficie del espacio ocupado. Las viviendas rebasan a partir del siglo VIII a. C. los límites del antiguo fortín del segundo milenio y hasta la transición al horizonte turdetano toda la Mesa de Setefilla y los cerros próximos aparecen densamente habitados por población tartésica. Es éste el periodo que abarca la secuencia estratigráfica del Corte 1 (practicado en el ángulo SE del promontorio norte de Setefilla, con un corte de 5x5 m junto al corte 2, donde apareció el bastión.
Durante estas primeras etapas, el asentamiento fue relativamente pequeño, ocupando sólo la parte septentrional de la Maesa, justo en el mismo lugar del emplazamiento de la posterior fortaleza medieval. Durante m el segundo milenio destaca el carácter básicamente estratégico del asentamiento del Bronce, desde el que se dominaba un territorio muy vasto, rico en recursos agropecuarios, y surcado por varias vías de comunicación. Recientes trabajos en el lugar (Aubet et alii 1985:42-50) han puesto de manifiesto que las actividades minerometalúrgicas no constituyeron la causa de la elección del emplazamiento y de la permanencia en este lugar de una comunidad durante tanto tiempo. El mineral localizado en el sitio es de importación y su tratamiento y elaboración primaria tiene que haberse producido en su mayor parte en las proximidades de las minas, a una distancia no menor de 10 Km. de Setefilla. Añádase a todo ello la extraordinaria importancia del emplazamiento de Setefilla en términos de control de las vías de comunicación y comercio. Probablemente corresponde a medidas del segundo milenio el gran bastión de piedra descubierto en 1979 en el Corte 2, asociado a una poderosa fortificación compuesta por grandes torreones circulares situados en la parte frontal y más vulnerable del promontorio del castillo. A estos bastiones se le adosó en un segundo momento una muralla a modo de contrafuertes transversales, que todavía no han podido fecharse con rigurosidad. La excavación del Corte 1 permitió determinar que esta muralla había sido nivelada y reaprovechada como subsuelo de varias viviendas durante la fase III del poblado. Dicha fase se fecha en los siglos VIII y VII a. C. nos proporciona un terminus ante quem para datar la fortificación y sus diversas fases, que se atribuía a la fase I (1600-1570 a. C.)
Puede decirse que desde el segundo milenio la Mesa de Setefilla construyó una auténtica atalaya con un control visual excepcional sobre el valle del Guadalquivir, que dominó un territorio rico en recursos agrícolas y ganaderas. Probablemente durante el Bronce Pleno debió constituir una pequeña fortaleza dotada de bastiones y poderosa muralla y un centro vital en las rutas de intercambio de la depresión del Guadalquivir. (Aubet et alii 1983).
Periodo Orientalizante
Con una mayor disponibilidad de datos, J.F. Murillo, acomete el estudio espacial relativo a las comunidades del Bronce Final y del Periodo Orientalizante en el sector de Palma del Río (Córdoba), con “Instrumentos” tomados de la geografía locacional anglosajona; se centra en la organización de la explotación económica del medio y en las relaciones entre asentamentos en el marco de un territorio político (Murillo 1994:437). El autor considera fraguado el modelo de ocupación del valle desde el Periodo Orientalixçzante, aunque gestado en le Bronce Final, definido por la siguiente articulación del territorio:
- Asentamientos de Primer Orden (extensión entre 4-1,4 ha, fortificados, en cerro-meseta, ítems vinculados con el comercio) presentes en el Valle del Guadalquivir y la Campiña, pero ausentes en el interior de Sierra Morena, contándose entre los más relevantes enclaves: La Saetilla, Hornachuelos, Castillo de la Floreta, Fontanar de Cabanos-Colina de los Quemados y Llanete de los Moros. Resulta relevante el vacío de asentamientos de primer orden documentado en la zona comprendida entre el Valle del Guadalquivir y la Campiña, que en palabras del investigador, “parece una tierra de nadie, traducida como una frontera política, a la vez que cultural y ecológica, entre dos ámbitos con distinto grado de desarrollo” (Ibid. 460).
-Asentamientos de Segundo Orden (extensión entre 1,5 y 0,2 ha. situados en pequeños cerros y llanos poco defendibles): se consolidan en le valle fluvial y sus afluentes, durante en Bronce Final Precolonial, sufriendo un gran retroceso en el Periodo Orientalizante, al desaparecer o reducirse a asentamientos de Tercer Orden. El comportamiento de este tipo de yacimientos es diferente en Sierra Morena, ya que surgen en el Orientalizante, vinculados a los recursos mineros (cobre, plomo argentífero y estaño), en torno a dos focos, uno en Los Pedroches y otro en el Valle del Guadiato.
-Asentamientos de Tercer Orden (menores a 0,2 ha, situados en llanuras fértiles junto a cauces fluviales): corresponden a la mayor parte de los asentamientos documentados en este estudio, cuyo número muestra una continuidad entre el Bronce Final y el Orientalizante, para el Valle del Guadalquivir, pero no en la Campiña Oriental, entre el Guadalquivir y el Guadajoz, se donde el número de asentamientos se multiplica por siete (Ibid. 444).
Queda así esbozada la existencia de una amplia ocupación de tierras durante el Periodo Orientalizante en las tierras de la Campiña Oriental; fenómeno que ha sido estudiado con mayor profundidad en el arroyo Guadatín (Morena y Murillo 1992: 37-50). A lo largo de su curso se reconocieron mediante prospección 44 yacimientos pertenecientes al Periodo Orientalizante, que consisten en pequeños asentamientos con cerámicas a mano (cazuelas de perfil evolucionado y vasos toscos de tendencia globular y bases planas), con cerámicas a torno (cerámica gris y pintadas a bandas bícromas) y con ítems vinculados a actividades agrícolas (molinos de mano, denticulados y dientes de hoz). La aplicación de la técnica de análisis espacial del “vecino más próximo” (Nearest Neighbour Analysis) ha mostrado que los asentamientos se distribuyen según un factor lineal, apropiándose de territorios de tendencia rectangular de 20 a 100 ha junto al cauce fluvial, motivado por la búsqueda de agua y de tierras óptimas para el cultivo del cereal. Este patrón de asentamiento ha sido interpretado como un proceso colonizador acontecido en cinco generaciones, entre inicios del s. VII y mediados del s. VI a. C., en tierra situada entre el Valle del Guadalquivir y la Campiña, que como señalamos anteriormente, se ha interpretado como una “tierra de nadie” o una amplia frontera.
Por tanto a finales de la Edad del Bronce, en el Valle del Guadalquivir, se detecta una creciente complejidad y jerarquización social, teniendo su correspondencia en la articulación del territorio, con la ordenación del espacio a través de una red de asentamientos de primer orden conocidos como oppida. Conformada esta ordenación del poblamiento, a partir de mediados del s. VII a. C. tiene otro fenómeno característico de los siglos orientalizantes, que se ha denominado de formas diversas: “colonización agraria”, “doblamiento rural”, “ordenación política del medio rural”, “habitat disperso de pequeñas unidades agrarias”. No se puede considerar un aspecto global de la cultura orientalizante peninsular, debe ser entendido como un proceso sujeto a factores políticos y en gran parte medio-ambientales. La denominada “colonización agraria” supone básicamente “fijar en un terreno la morada de sus cultivadores”. A partir de los datos de las prospecciones desarrolladas en Carmona – Corbones, Campiña Sureste de Sevilla, Valle medio del Guadalquivir, Arroyo Salado, Guadiana Menor, etc. Se plantea que esta colonizaciones además de base demográfica requerían otros elementos como: una iniciativa política y un territorio apto para el cultivo extensivo. Las zonas de Sierra y de relieve accidentado son lógicamente poco propicias para este tipo de ocupación. La población se concentra en poblados ubicados en altura junto a vías de comunicación o cercanas a fuentes significativas de recursos económicos, como minas y tierras cultivables (Ferrer y De la Bandera 2005: 565-574).
Periodo turdetano y ocupación romana.
El silencio de la investigación hacia el doblamiento y la organización territorial de la Segunda Edad del Hierro es un hecho tristemente reconocido (García Fernández 2002: 224), y perfectamente ejemplificado en el Guadalquivir Medio, hecho que lleva nuestro recorrido hasta los trabajos sobre la ocupación romana, concretamente al desarrollo en la comarca cordobesa de Palma del Río por J.R. Carrillo y R. Hidalgo.
Este estudio toma los datos de Ponsich y los complementa, para plantear después un esquema jerárquico de los yacimientos (oppida, poblados, asentamientos rurales de primer, segundo y tercer orden) y una evolución histórica de la zona, caracterizada fundamentalmente por:
- Periodo republicano: escasean los asentamientos de tipo agrícola y predominan los oppida indígenas de Celti y La Saetilla y los poblados de San Sebastian y Remolino.
- Periodo Junio-Claudio: surgen sólo cinco yacimientos, en las fértiles vegas del Genil y del Guadalquivir, indicadores de la explotación del aceite.
Periodo Flavio-Antoniniano: ahora se establecen 60 yacimientos rurales ex novo que se suman a 14 anteriores, relacionados con auge económico del sector oleicota, proliferan los homos productores de Dressel 20 y la ciudad de Celti vive un auge urbanístico.
- Finales s. II y s. III: momento de inestabilidad en el limes germánico (ahora el principal destino del aceite) y de revueltas internas, que finalmente se traducen en la desaparición de 34 yacimientos, que supone la concentración de las propiedades agrarias en pocas manos.
- Siglos IV-V: la mayoría de los asentamientos rurales de primer orden muestran continuidad desde el s. I al V que en estos momentos de reactivación económica se transforman en lujosas villae, aumentando la ocupación en la ciudad de La Saetilla e implantándose un vacío poblacional en el entorno de Celti (Carrillo e Hidalgo 1990: 39-68).
Por otra parte, la “Escuela de la Arqueología del Paisaje” ofrece su punto de vista sobre la presencia romana en la región a través de sus pesquisas realizadas en el espacio comprendido entre Naeva y Celti, es decir, el sector Este del Conventos Hispalensis (Orejas et alii 2004: 41-57). Plantean que desde el s. I a. C. hasta la mitad del s. I d. C. el capital de las explotaciones mineras pudo desplazarse hacia la agricultura, materializándose este hecho en el crecimiento de una red de núcleos poblacionales de origen prerromano, ue contaban con una élite pujante (evergetismo, actividades edilicias), llegando a conformar una primera organización territorial y administrativa romana. Durante la época Flavia este tejido urbano no se hará más denso, pero sí más complejo con la concesión del estatuto de municipio a numerosos oppida, con la consiguiente desaparición de los límites anteriores y la asignación de nuevos territorios a las ciudades. Finalamente el s. II fue de esplendor para la explotación agrícola, momento en el que algunas ciudades béticas centralizaron la pujante distribución del aceite, que llegó en masa hasta la Urbs y el limes septentrional.
Aproximación al doblamiento del territorio de Celti.
El estudio de la dinámica del doblamiento relativo al área de Celti se fundamenta en el conocimiento de los 71 yacimientos documentados mediante prospección arqueológica superficial (Bonsor 1931;Ponsich 1979; Ferrer 2002), cuya información se complementa, en algunos casos, con los datos aoportados por las excavaciones desarrolladas en la ciudad romana de Celti (Bonsor 1931; Larrey 1987; Lavado y Blanco 1987; Pérez 1988; Keay et alii 2002), y en sus proximidades, en el enclave conocido como El Cotijillo (Blanco 1986).
a)Bronce Final.
La reconstrucción de la ocupación de este territorio puede iniciarse en el Bronce Final, según los datos disponibles actualmente. En los siglos IX y VIII a. C. se conforma una estructura de doblamiento que se mantendrá durante todo el primer milenio (Ferrer et alii 2001: 591). Destaca en este fenómeno la creación del poblado de Celti, en una loma a orillas del Guadalquivir, con buena visibilidad y con control de las rutas que discurrían por la llanura aluvial, del propio río y de las vías que se dirigían por el Norte hacia la sierra. En sus proximidades se encontraba el poblado de Cerro Pino I y II, situado en la cima de la elevación del mismo nombre, que tendría funciones de atalaya o punto de vigilancia respecto al valle, sobre el que tiene un amplio control visual (Ibid.).
En la llanura, en la orilla izquierda del Guadalquivir y frente a Celti, se levantaban asentamientos menores sin aspiraciones defensivas, como es el caso del asentamiento de Vega de Santa Lucía, con una extensión de 1,5 ha se trata de una concentración de cabañas junto al río, con dedicación agro-ganadera, cuenta con unos materiales que nos remiten al Bronce Final Precolonial, y con antecedentes en época calcolítica (Murillo 1994: 63).
Al interior, en las primeras elevaciones del reborde serrano y sobre una elevación próxima al río Retortillo se enclavan los sitios de Mesa Cordobesa I y II, protegidos gracias a diversos barrancos que delimitan la meseta, que cuenta con una línea de muralla que cierra el flanco más accesible. Su funcionalidad y capacidad defensiva debido al control de la ruta de acceso a la sierra (Vado de la Gitana) y a la explotación de las minas cercanas (de hierro y cobre).
b)Periodo Orientalizante.
La distribución de este poblamiento se mantuvo durante el periodo orientalizante casi sin cambios, a excepción a la continuidad de algunos asentamientos, destacando en estos momentos una mayor ocupación. Se documenta en el área de la antigua Celti-Peñaflor un proceso de “colonización agraria”, donde el grueso de la población habitó en dos grandes poblados, Celti y El Turruñuelo (un oppidum amurallado de 6 ha), el primero es un otero a orillas del Guadalquivir y el segundo un escarpe del río Retortillo, controlando la vía que conduce a las minas de Cu y de Fe. No obstante la estrecha franja de tierra óptima para el cultivo de secano que media entre el río y el piedemonte fue colonizada probablemente a instancias de la comunidad celtiana, mediante el establecimiento de pequeños asentamientos en lomas y cerros de escasa altura (Ferrer y De la Bandera 2005: 565-574).
En este contexto desaparece el asentamiento e Mesa Cordobesa I y II, que se traslada unos 300m al Sur, al oppidum de El Turruñuelo-La Cerquilla, con una superficie de 6 ha se estableció en una mesa junto al río Retortillo, se realizó una labor de fortificación de la zona accesible mediante la construcción de una muralla reforzada con bastiones. La presencia en superficie de numerosas ánforas “turdetanas” y de escoria de mineral parece indica su carácter de mercado y enclave orientado al acceso a la sierra y a los cotos mineros (Ferrer et alii 2002: 591).
c) Periodo turdetana y época romano-republicana.
A finales del s. VI se produce la desocupación de las tierras de labor con la desaparición de los pequeños asentamientos establecidos en la etapa anterior, mostrando continuidad únicamente los enclaves de mayor entidad como El Turruñuelo-La Cerquill y Celti. Este proceso se documenta de forma amplia en el valle del Guadalquivir, y se interpreta como una nueva forma de explotación de territorios extensos controlados desde loa oppida fortificados, tras cuyas murallas se concentra la población (Ibíd 592). Las excavaciones en Celti han sacado a la luz parte del trazado de la muralla de época turdetana, con obras de aterrazamiento y restos de un gran paramento elaborado con adobes y piedras irregulares, alzado sobre la cota de 70 m s.n.m. de la meseta (Pérez 1988: 494-499) delimitando una superficie de unas 10 ha.
Trabajos más recientes en el yacimiento han puesto de manifiesto un alto grado de “resistencia” por parte de a población del oppidum ante el fenómeno romanizador, conservando formas cerámicas romanas típicamente turdetanas, no asumiendo importaciones cerámicas itálicas hasta fechas tardías, además de asumir el urbanismo clásico y la epigrafía honorífica en un momento tan tardío como finales del s. I d. C. (Keay et alii 2001: 245).
La continuidad será un rasgo característico de los primeros momentos de la ocupación romana del territorio, con la excepción de la desaparición del asentamiento de El Turruñuelo-La Cerquilla, debido a que su carácter estratégico y buenas defensas suponían una clara amenaza para los interés romanos, aunque también podría relacionarse con una perdida de funcionalidad frente a las vías de comunicación y a la metalurgia del hierro. En época republicana surgen una seria de enclaves que se convertirán en época imperial en importantes enclaves (Villae), siendo este el caso de el Cortijo de Malapie IV, Las Velas III, El Tesoro o La Antonilla II (Ferrer et alii 20012: 592)
c)Época romano-altoimperial y Antigüedad tardía.
En época altoimperial destacaron las transformaciones económicas introducidas en el periodo augusteo y julio-claudio, como el cultivo de la vid y el olivo, y con ellos multiplicación de pequeños asentamientos agrícolas. Además surgen enclaves artesanales o industriales como alfares (El Cortijillo, La Botica, Peñaflor Finca Gallego, La Vega), asentamiento minero encina Preciosa y conteras (Fuente del Pez y Cantera del Retortillo, a los que se suman infraestructuras como el puente sobre el Retortillo o el acueducto de Almenara (Ibíd) Los yacimientos catalogados en este periodo se han dividido en varias categorías (Ferrer et alii 2002: 592-593, que pasamos a exponer:
- Ciudades: se refiere únicamente a Celti, que cuenta con un espacio amurallado, urbanismo, arquitectura monumental e infraestructuras (viaria, saneamiento, industrial y funeraria); por referencias indirectas se ha planteado que la ciudad obtuvo el estatuto de municipium civium romanorum en época flavia.
- Asentamientos de primer orden: o villae, referido a enclaves con repertorio cerámico variado y evidencias del sector residencial, destacando en este grupo el Cortijo de la Laguna, Emita de Villadiego, Barragán, Dehesilla del Caballo III o El Tesoro.
- Asentamientos de segunda orden: aunque incluyen a enclaves con dimensiones considerables, éstos carecen de restos relativos a un sector residencial; entre éstos se documentan Fuente del Pez, La Antonilla y El Término.
- Asentamientos de tercer orden: o pequeñas granjas y casillas, se refieren a asentamientos menores con escaso material, como Armentilla Sur, Cerro de la Atalaya, Mina Preciosa o los Loretos (Ibíd).
Desde mediados del s. I y especialmente en el s. II, se produce una auge tanto en la propia ciudad, como del territorio circulante, debido en gran parte al comercio annonario del aceite y en relación al establecimiento de una óptima red de comunicaciones terrestres y fluviales, hecho atestiguado por restos de entidad como el puente sobe el río Retorillo y el dique ciclópeo de El Higuerón, que probablemente se adscriba a estos momentos. Celti jugó un papel destacado como etapa de la vía Hispalis-Codrduba que discurría por la orilla derecha del Guadalquivir, pero además éste era el lugar donde vadeaba el río la vía Astigi-Emerita, siendo por tanto un punto de confluencias seún lo atestiguan varias fuentes clásicas (Itinerario de Antonino 1, 5; Antonimo de Rávena IV, 44, 315, 2).
La Antigüedad tardía se caracterizará por una contracción del poblamiento, afectado especialmente a las granjas o casillas, anteriormente muy abundantes, y que ahora se reducen en más de un 80 %, desapareciendo completamente en la zona serrana. Por otro lado se muestra una continuidad en grandes enclaves, en villae como El Tesoro, Cortijo de Malapie II y Dehesilla del Cabalo II (Ferrer et alii 2002:593)
Celti.
En las últimas décadas algunos yacimientos del término municipal de Peñaflor han sido objeto de actividades arqueológicas de urgencia, destinadas a su documentación y protección, concretamente en El Tesorero (Fernández y Verdugo 1981), los terrenos afectados por la cantera de El Azofaifo (Ramírez 1995) y el El Cortijillo (Blanco Ruiz 1987). Pero sin duda es la excavación de Celti la intervención más destacada, por la calidad de sus resultados, gracias al buen grado de conservación de los restos, frente a otros enclaves de la región. El yacimiento fue incoado como de “utilidad pública” y después como Bien de Interés Cultural, declarado como tal hasta el 18 de enero de 1994. Esta figura de protección que fue acompañada por la compra de unos 180.000 m2 de terreno en 1980, por parte de la Junta de Andalucía, poniendo fin a las rotulaciones del lugar, e iniciando las actividades arqueológicas puntuales en las localizaciones de la Pared Blanca (Pérez Paz 1991), El Calvario (Fernández y Verdugo 1981) y la Avenida de Sevilla (Larrey 1990).
Planteamos un acercamiento al estado de la investigación histórico-arqueológica sobre Peñaflor, que debe iniciarse por los estudios eruditos y anticuarios de la Edad Moderna, para continuar con el nacimiento y desarrollo de la arqueología actual, nacida a finales del s. XIX y desarrollada principalmente en la segunda mitad del s. XX, y que está fundamentada en el reconocimiento del espacio y de los hitos temporales.
- La búsqueda de Celti en los estudios de topografía antigua:
Las descripciones de la vías y caminos que discurrían junto con al Guadalquivir, contenidas en diversas fuentes clásicas, fueron en época moderna punto de partida del estudio de la topografía antigua. Encontramos en estos textos referencias a las orillas del Baetis en su tramo medio, como el caso de Plinio el Viejo que al relatarnos un recorrido nos dice: “(…) son poblaciones del convento jurídico de Hispalis, Alti, Axati, Arva, Canama, Naeva, Ilipa, (…)” (Plinio III, 11); por su parte el Itinerario de Antonio con una relación de lugares a lo largo de la vía entre Hispalis y Ermita como “(…) Carmone, Obucula. Stigi, Celtici, Regina (…)” (It. Ant. 1-15); e igualmente el Anónimo de Rávena descubre la misma vía, pero en sentido inverso, “(…)Regina, Celtum, Astigin, Obulcula, Carmone (…)”it. Ráv 315,1-5).
Desde el siglo XVI hallamos noticias de eruditos que refieren hallazgos de antigüedades en Peñaflor, y las relacionan, según sus respectivos argumentos, con los topónimos de las ciudades de Ilipa o de Celti 1. De entre estos personajes destacamos a Ambrosio de Morales, quien nos dice que Peñaflor que es Ilipa, cuando reconoce “un puertote gran fábrica en el río”, refiriéndose al famoso Higuerón (Morales1575-1577:113). Tesis ésta que fue seguida por muchos como Rodrigo Caro, que haciendo mención a una basa de estatua con epígrafe votivo y a un cipo con inscripción funeraria, presentes e el interior de la iglesia parroquial de lo localidad, los relacionó con la Ilipa del texto de Estrabón (Caro 163:98-101).
El debate sobre la ubicación de Celti será por tanto prolongado y controvertido, con posturas tan dispares como Enrique Flórez que creyó en la Puebla de los Infantes (Flórez 1765:60), dos siglos después Antonio Blanco Freijeiro y José María Luxón la adscriben a Fuenteovejuna (Blanco y Luzón 1966:87). Frente a estas suposiciones Ceán Bermúdez aportó buenos argumentos para afianzar la identificación Celti-Peñaflor, que fue formulada por primera vez por Maldinado de Saavedrá en 1673, como los hallazafgos en la localidad de un “tejo grueso de barro cocido” con las letras “POPCEL” enmarcadas, una inscripción con mención del origo de Marcus Annius Celsitanus y varias monedas de bronce con el reverso de jabalí y lanza con leyenda “CELSITAN” (Ceán Bermúdez 1832:275-277).
Las monedas republicanas de Celti, fueron estudiadas por Antonio Delgado a finales del s. XIX, permitiéndole reconocer algunas variantes de las figuras del anverso, al parecer de personajes imberbe con galea, atribuida a Tenaitis, o en su lugar, una cabeza de mujer coronada de espigas, asociada a la Ceres greco-latina. Sobre el topónimo, el mismo autor lo vincula con pobladores procedentes de la cercana Baeturia céltica descrita por Plinio, y ve en las diferentes leyendas “CELTITAN”, “CELSITAN” simples derivaciones del gentilicio (Delgado 1876: 113). Leandro Villaronga por su parte, nos da una fecha paa estas acuñaciones de finales del s. II y comienzas del I a. C. (Villaronga 199:389).
1 Sobre este debate véase: Bonsor 1931:33; Keay y otros 2001:173-174
Dinámica urbana y fases de ocupación.
Uno de los hitos más destacados en la investigación de la comarca fue el proyecto sistemático de investigación llevada a cabo entre 1987 y1992, por parte de las universidades de Southampton y Barcelona. Exponemos a continuación una breve síntesis de sus resultados, haciendo referencia a la monografía publicas /Keay, Creighton y Remesal 2001), que tenía como línea de investigación principal el conocimiento de la formación y funcionalidad de las urbes béticas dentro del fenómeno de la romanización. Su metodología consistió en la combinación de varias técnicas, como las prospecciones geofísicas, la prospección superficial y la excavación en extensión. La prospección geofísica por su parte, se realiza mediante dos métodos distintos, resistividad y magnetometría, cuyos resultados sugieren que la antigua ciudad está organizada por una trama viaria bien definida. Estos datos se completaron con una prospección de superficie que documentó una amplia dispersión de materiales cerámicos turdetano y romano-republicano por el yacimiento, surgiendo una ocupación extensa en estos momentos (Ibíd. 45). En la excavación en extensión realizada en La Viña, se obtuvieron buenos resultados, con una secuencia de ocupación iniciada en el s. IX a.C. y finalizada en el s. V, aunque los datos de las diversas fases son desiguales, debido al difícil acceso a los niveles prerromanos y por la destrucción de los niveles tardoantiguos por los saqueos de piedra y arado (Opus cit. 254). Aún así la secuencia obtenida es de gran interés. Al fijar el inicio del asentamiento en la Fase 2, s. IX a. C., que cuenta con dos muros paralelos y a nivel de ocupación. Para el resto el asentamiento se constató la continuidad sólo a partir de los materiales cerámicos de superficie, hecho que se confirmó en otra excavación ubicada en La Pared Blanca, que exhumó una obra de aterrazamiento y la construcción de una muralla de mampuestos y adobes de finales del s. VI o inicios del V a.C. (Pérez Paz 1991:499).
Para el conocimiento de los niveles republicano y augusteo existen también grandes lagunas como consecuencia del arrasamiento y nivelación para la construcción del gran edificio de la Fase 7 a/b., a finales del s. I d.C. aproximadamente, aunque por prospección se caracterizó el periodo por la presencia masiva de materiales de tradición turdetana, y la escasez de ánforas itálicas Dressel 1 y de cerámica campanienses. En el periodo julio-claudio, se hacen presentes las cerámicas de importación (sigillatas itálica, sudgálica e hispanica), aunque conviven con la cerámica fina ibérica y con imitaciones locales de terra sigillata itálica, a la que debe añadirse la falta de epigrafía honorífica de las élites locales hasta finales del s. I d. C., lo que parece indicar que quizás entre la población de Celti existió un cierto grado de conservadurismo cultural (Keay 2001:245).
Los resultados más espectaculares los encontramos en las Fases 7 y8, don la construcción de un gran edificio público en la época neroniana y una fase posterior de apropiación del área por dos casas privadas, a inicios del s. III. Este gran edificio con peristilo axial ha sido interpretado como el foro de la ciudad, según datos epigráficos y anfóricos que señalan este momento como el de mayor esplendor de la ciudad (Ibíl.. 247-249).
Para el periodo posterior, en torno al s. III, la Bética deja de ser el gran productor oleario de Roma (Padilla Monge 1989: 31-7), y es entonces cuando se inicia el declive de la ciudad, aunque sigue su ocupación hasta el s. V d. C., momento en el que la casa de la Fase 8 se abandona, produciéndose su derrumbe y posterior expolio, si bien los estudios de la cerámica de superficie permiten alagar la vida del enclave hasta finales del s. VI e inicios del VII d. C.
La aproximación de los diversos episodios de la vid de la ciudad se realiza también a través del estudio de los materiales cerámicos, hallados tanto en las prospecciones superficiales como en estratigrafía. Así para las postrimerías del Bronce Final (s. IX a.C.) y el Periodo Orientalizante (VIII-VI a.C.) se documentan cerámicas a mano toscas, a mano bruñida. Los análisis de lámina delgada efectuadas sobre las cerámicas a mano, toscas y bruñidas, permitieron caracterizar sus pastas (con inclusiones de granos de anfibolitas, feldespato, mica, óxido de hierro fragmentos de rocas ígneas y de gneiss metamórfico), situando su fabricación en el piedemonte al norte de Peñaflor, quizá en la cercana Setefilla (Keay et alii 2001:112).
Una muestra de la importancia de la actividad alfarera en Celti, la encontramos en la producción masiva de cerámica fina turdetana, con decoración pintada, que se inicia en el s. VI a.C. y decae entre el periodo augusteo y mediados del s. I. La denominada “tradición turdetana” se muestra desde época flavia hasta su declive a finales del s. II e inicios del III, y continua de forma residual en época bajoimperial, al menos hasta inicios del s. V. El predominio de estas producciones locales en época republicana (s.III-I a C.), supone una ausencia de los habituales contextos republicanos de importación, hecho compartido por otros yacimientos del Guadalquivir Medio, siendo entonces habituales las imitaciones locales o regionales de cerámicas campanienses, de paredes finas y ánforas itálicas Cressel IA y IB (Ibíd. 108-113)
El sector portuario e industrial.
A orillas del Guadalquivir destaca una estructura denominada El Higuerón, enclavada en el talud abierto por el rio en la plataforma de esquistos y caliza metamórfica donde se ubica la ciudad de Celti y una decena de metros al Este de la desembocadura del arroyo Moreras, La construcción del ferrocarril Córdoba-Sevilla en la década de 1860 destruyó gran parte del sector industrial del Celti mediante un gran corte en el terreno que separó El Higuerón de la ciudad romana hasta la actualidad. Se trata de una gran obra ciclópea rectangular con paredes inclinadas al interior, de unos 6m de altura, 40 m de longitud, 9 m de anchura máxima al oeste y 4 m de anchura mínima al este.
Este momento ha llamado la atención de los visitantes, para el que nos han propuesto diversos usos y orígenes. En 1832 A Ceán Bermúdez situó su construcción en época romana, mientras que Bonsor lo consideró el dique de un puerto prerromano (Bonsor 1931). También ha sido considerado cabeza de la estructura de un posible puente (García y Bellido 1960), aunque ha tenido más aceptación la explicación como protección contra la erosión del río (Thouvenot 1972). Siguiendo esta línea G. Chic, lo relaciona con los muros escalonados construidos en las orillas del Guadalquivir en Cantillana o Alcalá del Río, obras destinadas a la mejora de la navegación del río en época romana (Chic 1990: 48). Otras interpretaciones como la de cargadero de mineral de una mina próxima (Verdugo 1979), o muelle de atraque de las barcas encargadas de conectar las dos orillas de la vía Emerita-Astigi (Corzo y Toscano 1992:180), han sido rechazadas por F. Amores y S. Keay, quienes lo relacionan con la carga de grandes bloques de piedra, al hallar un símil en el desaparecido muelle bajomedieval de “la muela” en la cuidad de Sevilla (Amores y Keay 1999:245)
En las proximidades del dique ciclópeo y también a orillas del río se han documentado desechos de alfar en el talud del ferrocarril, correspondientes a la producción altoimperial de “cerámicas béticas de imitación tipo Peñaflor”. Su origen se documenta en Peñaflor al suroeste de La Viña (Ibíd.), en el que sería el “sector industrial” de la ciudad de Celti. Se trata de una familia de cerámicas, que imitan principalmente formas de terra sigillata itálica y gálica, barniz rojo pompeyano y paredes finas, estas piezas poseen un engobe rojo-marrón característico, que recuerda a otros encalves como Andujar, por la presencia de defectos de hornada, de tipos arcaicos y ente la diversidad formal de las piezas presente en el yacimiento y sus inmediaciones (Ibíd. 243). Este tipo cerámico tiene una amplia difusión dentro de la Bética, como ya señala F. Martínez, desde Cástulo hasta Baelo, encontrándose también fuera de la provincia, en Lixus y en el pecio de Port Vendres II.
Éstas han sido estudiadas ampliamente por F. Martínez, quien establece cuatro tipos principales: Tipo I: copas que imitan formas de TSI y TSG; Tipo II: pateras que imitan formas de TSG, Tipo III: cuencos y platos que imitan formas de Barniz Rojo Pompeyano; y Tipo IV: cuencos y copas que imitan formas de Paredes Finas (Martines 1989).
Mención especial requieren las ánforas estudiadas en el yacimiento, siendo abundantes las turdetanas de origen local o regional en niveles romanos altoimperiales de carácter residual, que se muestran como precedentes directos de las producciones Flavia de Haltern 70, y de las abundantísimos Dressel 20 producidas en diversos hornos cercanos como El Cortijillo, La Botica, Cortijo de la Mallena, El Tesoro, Cortijo de la María y Cortijo del Instituto. El periodo de máxima producción de estos contenedores olearios se sitúa en el siglo II, II, coincidiendo con los grandes momentos constructivos del yacimiento (Fase 7 y 8) y con la datación de la mayor parte de los epígrafes celtitanos.
Las vías de comunicación.
Respecto al articulado de territorio debemos situar el Guadalquivir en una posición protagonista, al igual que en los periodos anteriores, entendiendo como una gran arteria de comunicación que une las capitales conventuales de Hispalis, Astigi y Corduba, y cuya importancia se asume dando nombre a la provincia (Plinio III, 3, 7). Este elemento condicionada la estructura viaria en Peaflor, que posee dos ejes perpendiculares, uno formado por el mismo río y la vía paralela a éste (Este-Oeste)y otro en el que se accede al río (Norte-Sur).
El eje Norte-Sur está formado por caminos principales que se abren de forma radial desde Celti (ciuitas y portus) hacia la Sierra, y que estaban jalonados por aglomeraciones poblacionales o vici de La Antonila (I, II y IV), La Torrecilla II, Dehesilla del Caballo (I, II y III) y Cortijo de Malapié (I, II, III y V). Uno de estos trazados corresponde a la vía Astigi-Emérita, en su tramo entre Celti y Regina (Ptolomeo II, 4, 10; Plinio III, 14), que ha sido identigificada con el camino de La Antonilla-Fuente del Pez (Bonsor 1931; Ponsich 1979; Corzo y Toscano 1992), o por otro lado como el que alcanza la Puebla de los Infantes por Castillo de Almenara (Silliéres 1990).
El eje Este-Oeste posee como principal vía de comunicación al propio río Guadalquivir, cuya navegabilidad alcanzaba hasta Córdoba, y por el Singilis hasta Ecija, mediante pequeñas barcas de río (Estrabón III, 2, 3). Pero debieron realizarse obras de acondicionamiento den las orillas y en el propio curso para superar los grandes cambios de flujo, que imposibilitaba el paso de la época seca (Chic 1990). Ejemplos de estas obras los hallamos en La Botica, cuyo muro de ánforas ha sido interpretado como parte de una contención o embarcadero relativo a una figlina (Chic y García Vargas 2004); El Higuerón es considerado como un dique destinado a evitar la acción erosiva de las aguas sobre la meseta de Peñaflor (Thouvenot 1972; Chic 1990); los otros ejemplos se reducen a la aparición de grandes bloques de opus caementicium en las orillas (Los Velos II) y a la cercanía al río de una villa que debió contar con un embarcadero (La Vega I).
La vía terrestre que seguía este eje discurría paralela por la orilla derecha, desde Corduba hasta Hispalis, constituyendo una alternativa a la Vía Augusta situada al interior para alcanzar Carmo y Astigi, y que encontramos descrita en el Bellum Alexandrinum (Melchor 1988). Una de sus principales evidencias es el puente sobre el río Retortillo, realizado en sillares de piedra caliza extraída en una pequeña contera de las proximidades, cuya construcción ha sido datada a partir de la presencia de dovelaje partido en el s. HI d. C. (Lacort y Melchor 1993:174), y del que quedan en pie un arco, parte del tablero, tres fragones un tajamar y un contra-tajamar.
Ambos ejes debían confluir en el ángulo noreste del recinto urbano de Peñaflor, lugar en el que reconocen abundantes construcciones funerarias de carácter monumental repartidas en tres zonas “extrañamente” alejadas entre sí, en calle Las Cuevas, Calle Blancaflor y Calle Blas Infante-Cortinal de la Cruces.
Estas vías organizaban el territorio próximo de la ciudad, orientado principalmente a la explotación de carácter agrícola, aunque el facto minero estuvo también presente en los primero siglos de la presencia romana, e incluso en el s.I d. C., momento en el que quedaría eclipsado por el predominio avícola del Valle (Orejas et alii 2004).