PATRIMONIO OLVIDADO
ENTRE HIERROS Y HORMIGÓN
50 años de cristales rotos, de metales oxidados, de techumbres y pilares que apenas soportan la pesada carga del abandono y el olvido. Se cumplen 50 años desde que la fábrica de harinas de Peñaflor cerrase sus puertas para siempre; de la última vez que sus molinos convirtieran el grano en polvo. Medio siglo de lenta descomposición, silencio y desolación. Hoy rendimos homenaje a esta construcción única cargada de recuerdos y de memoria.
PATRIMONIO INDUSTRIAL
Aunque el contexto legislativo y social actual es mucho más sensible en torno al patrimonio en sus muy diversas acepciones y variantes, aún son muchas las barreras y prejuicios –fundamentalmente basadas en el desconocimiento y la falta de criterio- que impiden apreciar los valores de determinados bienes. Bienes que, en otros contextos, son ampliamente aceptados y entendidos como patrimonio sobre le que impera la necesidad y responsabilidad de catalogar y preservar.
Este es el caso del denominado Patrimonio Industrial, que en numerosas ocasiones es infravalorado por tratarse de una herencia bastante reciente en el tiempo, y de la falsa creencia que sólo lo antiguo tiene valor y merece ser conservado. Por Patrimonio Industrial se considera a “todos los restos materiales procedentes de la industrialización que poseen un valor histórico, tecnológico, social, arquitectónico o científico, incluyéndose tanto elementos muebles como inmuebles” (TICCIH,2003). En definitiva, se refiere a todos los restos tangibles, tanto muebles como inmuebles, heredados de la industrialización: edificios, fábricas, maquinarias, infraestructuras de servicios a trabajadores, de transporte y comunicación –escuelas, residencias, hospitales, puentes, ferrocarriles y estaciones- . A ellos suman otros tantos elementos intangibles que “tienen una mayor fragilidad” como son: las propias técnicas del trabajo, el lenguaje y vocabulario de los trabajadores y algo mucho más etéreo o que pasa más inadvertido, como la impronta que todos estos elementos dejan en el paisaje que conforma el territorio donde se enmarcan.
UN REFERENTE
La fábrica de harinas de Peñaflor constituye toda una referencia industrial para el municipio entre finales de siglo XIX y mediados del XX. No sólo por la actividad que en ella se desarrolló, sino porque supone un importante legado que recoge –de forma testimonial- buena parte de la historia y de las experiencias laborales y humanas de entonces.
Por otro lado, el edificio es una excepcional muestra de arquitectura: de aquella capaz de crear un espacio único que al ser ocupado y vivido elevó sus categoría a lugar, donde las vivencias en él acontecidas fueron conformando una historia. Una historia que con el paso del tiempo se ha convertido en legado, en patrimonio.
MÁS DE UN SIGLO DE VIDA
Dos fechas -1878 y 1926- y dos familias –González de la Peña y Sánchez Pastor- son los principales pilares sobre los que se asienta este edificio.
En 1870, Eugenio y Felipe González de la Peña se convirtieron en herederos del negocio familiar de barcos “Razón Social Peña y Primo”, una sociedad dedicada a la importación de maderas de América. Afincados en Sevilla, decidieron poner en marcha un nuevo proyecto empresarial con la construcción de una fábrica de harinas, pues la industria agroalimentaria estaba escasamente desarrollada. Peñaflor representaba un escenario excepcional: a orillas del Guadalquivir, como fuente de energía, y junto al ferrocarril como eje de comunicaciones. Tras 7 años de obras, el 1 de enero de 1878 se inauguró la fábrica de harina Sobrinos de Peña y Primo. Su construcción resultó un acontecimiento que causó gran expectación en el municipio. No en vano, el complejo harinero dio trabajo a alrededor de un centenar de familias, permitiéndoles subsistir gracias a su actividad. Por otro lado, la fábrica no sólo se convirtió en una fuente de riqueza y de trabajo, sino que pasó a ser el principal símbolo de progreso y modernidad de la ciudad.
En 1908, Antonio y Eugenio González Gómez –herederos de la familia González de la Peña- vendieron la fábrica a la familia López Quesada de Córdoba, quienes la alquilaron a un cuerpo de Intendencia del Ejército, que se hizo cargo de su gestión llegando a surtir de harina a diversos puntos de España y Marruecos (Sobrino, 1998).
A finales de años diez, los hermanos Gregorio, Andrés y Epifanio Sánchez Pastor, adquirieron la fábrica por valor de 50.000 pesetas (Sobrino, 1998), siendo a la postre sus últimos dirigentes. En 1924 tuvo lugar un incendio que destruyó casi por completo los tres pisos superiores y la cubierta. Tras dos años de reconstrucción, la fábrica volvió a abrir sus puertas como fábrica de harina y tejidos de yute en 1926, con aún mayor esplendor que la fábrica original.
Se instaló un nuevo sistema de molturación basado en cilindros metálicos estriados de patente austro-húngara, cuya maquinaria –de la prestigiosa firma suiza Daverio—fue adquirida en excelente estado procedente de la fábrica La Campanilla de Madrid , que se encontraba en quiebra (Sobrino 1998). Entre ella figuraron dos turbinas cofinanciadas por los propietarios de una explotación minera de cobre que había en el municipio, a fin de que la fábrica surtiera de luz a la mina. Gracias a la importante infraestructura montada, el rendimiento de producción energética superó las expectativas iniciales, lográndose finalmente que la fábrica dotase de electricidad a Peñaflor y al municipio cercano de la Puebla de los Infantes (Sobrino, 1998).
Su relevancia en la producción harinera de la región fue en aumento, como queda constatado por la fluencia de empresarios panaderos de Sevilla, Alcalá de Guadaira, Córdoba, Huelva, etc. para adquirir la harina. Por su parte, la sémola tuvo como principal destino varias fábricas de pasta de Castilla (Sobrino, 1998). Fueron tiempos dorados para una empresa que mostró sería competencia a la prestigiosa harinera “El Carmen” de Puente Genil que había abierto sus puertas en 1904, así como la fábrica de harinas y sémolas “La Albinilla S.A.” de Lebrija, cuyos orígenes se remontan a 1888.
La actividad harinera se mantuvo, no sin dificultades, hasta mediados de siglo XX.
Las inundaciones que con cierta periodicidad tenían lugar por el desbordamiento del Guadalquivir, dejaron inutilizada la fábrica en más de una ocasión. Así ocurrió en los primeros días de marzo de 1947, amenazando seriamente su continuidad. Finalmente, entre los días 10 y 20 de febrero 1963, el Guadalquivir experimentó un acusado incremento de caudal que culminó a las 9 de la noche del día 17 con la mayor crecida y subida del nivel de las aguas que éste experimentaría en el siglo XX. El río arrasó toda la margen izquierda y abandonó su cauce natural en el meandro donde se ubicaba la fábrica, acortando su trazado y encajándose sobre un nuevo lecho. La consecuencia fue la pérdida de funcionalidad de la aceña y del azud que conducía las aguas a la fábrica.
Sin agua no había fuerza motriz que accionase las turbinas, con lo que la actividad se detuvo. La única solución pasaba por una inversión en la compra y montaje de un nuevo sistema, alternativo al hidráulico, o bien la remodelación del azud para reconducir el cauce y sus flujos; sin embargo, elevado coste de cualquier operación resultó determinante para su cierre definitivo.
UNA JOYA DE ALTURA
Para entender la significación patrimonial de este edificio no sólo basta con conocer su historia, sino que resulta conveniente poner de relieve sus características arquitectónicas, estéticas y funcionales, pues éstas también determinan de forma sobresaliente su singularidad.
Según la inscripción encontrada en un sillar del basamento de la fábrica original de 1878, el diseño y construcción correspondió a Luis Ricot, autor desconocido hasta la fecha. El edificio primitivo se caracterizó por un diseño sobrio y elegante:
- Sótano donde se ubicaba la instalación de una gran turbina de sistema Francis. Movida por el agua, transmitía el movimiento a través de engranajes con grandes ejes hacia los niveles superiores, donde se encontraban los molinos de piedra.
- 4 pisos donde se ubicaba el almacén del producto en grano y finalizado, así como toda la maquinaria incorporada al proceso productivo.
- 1 nivel superior donde se construyeron las viviendas de los propietarios.
- Cubierta a dos aguas de tejas planas soportada por cerchas de madera.
- Sótano y dos primeras plantas construidas en sillería de calcarenitas y el resto mediante fábrica o ladrillo.
- 16 ventanas laterales por piso y 4 en fachada principal y trasera.
- Torreón en fachada principal.
- Túnel construido de sillería y arco de medio punto de notables dimensiones en sentido transversal al edificio (de este a oeste).
A derecha e izquierda del cuerpo central se construyeron edificios de planta cuadrada y dos niveles: el superior a la altura de las vías del ferrocarril, al que se accedía mediante una pequeña rampa, y uno inferior a menor cota. En ellos se ubicaron varios telares así como talleres para la preparación y almacén de sacos para el trigo. Adjunto al edificio oeste existió originariamente otro de mayores dimensiones, de cubierta a dos aguas y una sola altura, con grandes espacios abiertos en su fachada, que tuvo la funcionalidad de cuadra, cochinera y gallinero, en cuya alimentación se empleaban los residuos del trigo.
Por su parte, la fábrica reconstruida en 1926 se caracterizó:
- 7 niveles más sótano. Este último y los dos niveles inferiores construidos de sillería se heredaron del edificio original. Sobre ellos, claramente diferenciados por una sencilla línea de imposta, se construyeron 4 niveles más con cerramientos de fábrica.
- 3 cuerpos diferenciados, con el central de mayor altura.
- Cubierta de teja a dos aguas soportado por cerchas de madera.
- Pilares interiores de hormigón armado de doble zapata, que supusieron una solución de gran modernidad y atractivo estético, además de propiciar la definición de espacios interiores más diáfanos.
- Los avances constructivos permitieron la liberación de carga estructural de las fachadas. Se proyectaron ventanales más grandes que los originales, que reportarían mayor luminosidad interior, y se redujo su número de 16 a 12 en cada fachada lateral.
- Se aportaron soluciones estéticas exteriores que reportaron distinción y modernidad a la composición: frisos decorativos en las esquinas superiores del edificio y frente de cornisas rematando los dos pisos superiores.
El resultado fue soberbio y magnífico edificio de notable corte industrial, moderno en su concepción arquitectónica, bello y perfectamente adecuado al proceso productivo que en él tenía lugar.
En una fábrica como esta, la optimización y minimización del esfuerzo físico era fundamental al transportar el producto. Es por ello por lo que el proceso productivo se organizaba en alturas, a fin de aprovechar la gravedad con medio de transporte de una maquinaria a otra. Para el transporte vertical se empleaban elevadores de cangilones, que subían el trigo con la ayuda de poleas, mientras que para la bajada y distribución a las distintas máquinas se empleaban comunicadores o conducciones en pendiente similares a toboganes. Por su parte, la distribución del trigo en horizontal se realizaba con tornillos sinfines, una rosca en espiral que al girar empujaba el producto hacia delante.
La distinción de la fábrica en tres cuerpos obedeció a una cuestión puramente funcional, pues cada uno de ellos estaba dedicado a una labor:
1. Limpieza y preparación: Piqueras, tataras, deschinadoras y cilindros triarvejones, hacían la labor de limpieza de residuos y selección de granos de trigo. Por su parte, las rociadoras humedecían el grano, mientras que las despuntadoras separaban el germen del grano del trigo para evitar la fermentación de la harina, quedando así preparado el producto para el siguiente paso.
2. Molturación: Las tolvas conducían el grano al sistema de molienda, que entonces era combinado de piedra y cilindros. La piedra solera –siempre fija- y una volandera o giratoria trituraban el grano, controlándose la separación entre ellas mediante un mecanismo llamado alivio. Por su parte, la compresión y disgregación se realizaban con cilindros. En esta sección también se encontraban los tamizadores –cernedores, planchister y sasores-, que servían para separar y seleccionar productos y subproductos según la finura deseada: harina, tercerilla, cuarta y salvado de hoja.
3. Almacén: en el primer cuerpo se encontraban las oficinas, silos de trigo y un almacén del producto acabado en sacos, listo para ser cargado.
LOS PUNTOS SOBRE LAS ÍES
La fábrica de harinas de Peñaflor está considerada actualmente como una importante referencia en la arquitectura industrial andaluza de finales de siglo XIX y principios del XX, como magnífico ejemplo de tipología prototípica –aunque poco convencional- de fábrica de pisos (Sobrino, 1998). Entre sus valores destacan: su moderno diseño, novedosas técnicas constructivas, una concepción diáfana de los espacios interiores, buen acabado de los materiales, arquitectura adaptada al proceso industrial, maquinaria de gran valor técnico, métodos de trabajo empleados, etc.
A nivel municipal, las actuales Normas Subsidiarias de Peñaflor reconocen el valor histórico y arquitectónico del edificio y su fachada, si bien no establece un régimen específico de protección. El Instituto Andaluz de Patrimonio (IAPH) incluye la fábrica en su catálogo de Patrimonio Inmueble de Andalucía, como Bien Inmueble de Interés Arquitectónico más allá de nuestras fronteras, como el Catálogo ARCHXX SUDOE ESPAÑA: La arquitectura del siglo XX en España, Gibraltar y las Auvergne, Languedoc,-Roussillon, Limousin, Midi-Pyrénées y Poitou-Charente, que viene acreditado, entre otros, por la Fundación Mies van der Rohe de Barcelona o la Orden dos Arquitectos de Portugal.
En cualquier caso, la concepción de patrimonio va mucho más allá de lo meramente objetivo. La fábrica tiene un valor arquitectónico, tecnológico o histórico fuera de toda duda, pero su significación trasciende mucho más allá, hasta el terreno de lo emocional: lo vivido, lo sentido, o incluso lo imaginado entre sus paredes son valores que, aunque intangibles, no son menos evidentes y relevantes que los anteriores. Lo cierto es que el patrimonio en sí tiene una profunda carga subjetiva, muy vinculada con la emoción y cercanía con la que lo percibimos. Y este edificio es una buena muestra de ello.
Sin embargo, en las últimas décadas el edificio ha sufrido un progresivo e inexplicable deterioro. Tras el cierre, el complejo fue desmantelado y toda la maquinaria fue vendida al mejor postor. Su estructura permaneció prácticamente intacta durante casi 20 años, hasta el 31 de diciembre del años 1980, cuando la fábrica ardió por segunda vez y su techumbre quedó arrasada de nuevo. Desde entonces, destrozos y expolios continuados han agravado su situación, como los que tuvieron lugar en abril de 2002, cuando se saquearon numerosos sillares de los muros este y sur de uno de los edificios anexos. Algunos pilares del interior del edificio se han venido abajo, así como los forjados de varias plantas. Y lo más lastimoso es que la desintegración de todo lo que fue una vez sigue su curso imparable. Lo que un todopoderoso Guadalquivir no ha destruido en 135 años de historia, al ser humano le han bastado apenas 30 años.
¿Y AHORA QUÉ?
Llegados a esta situación, el futuro del edificio pasa por una disyuntiva: abordar su restauración y puesta en valor, o relegarlo definitivamente al abandono y la destrucción dejando hacer al tiempo y a la desidia humana.
Hasta cierto punto, resulta comprensible que el escenario económico actual y la situación legal del complejo harinero dificultan sobremanera, cuando no imposibilitan, el desarrollo de proyectos viables encaminados a su rehabilitación y asignación de nuevos usos. No obstante no son pocas las iniciáticas y proyectos, que desde hace algunos años han surgido, si bien la mayoría de ellos adolecían de criterios y planteamientos poco acertados o erróneos que han anticipado su muerte incluso antes de ver la luz. Alejándonos de propuestas concretas que podrían ser discutibles y objeto de análisis más profundo, convendría poner de relieve algunas claves para el desarrollo de propuestas de restauración del edificio:
1. Partir del conocimiento.
La fábrica no es un ente aislado. Forma parte de un territorio y de su entorno más cercano. Es preciso conocer la evolución de ese espacio para comprender su presente. Cualquier acción que se emprenda debe tener en consideración la interacción de los agentes que intervienen: la cercanía al Guadalquivir resulta determinante, pues la fábrica se ubica en pleno cauce del río y se ve afectada por su dinámica natural, soportando inundaciones periódicas. Además, su ubicación en plena zona de Dominio Público Hidráulico determina que se vea sujeta a toda una legislación específica en materia de gestión de aguas y cuencas hidrográficas. Por otro lado, la línea de ferrocarril actúa como elemento de barrera, separando y dificultando la conectividad de la trama urbana con el río y con la fábrica, que han quedado un tanto aislados.
2. Aprovechar las sinergias.
El Guadalquivir constituye un verdadero corredor natural que ofrece excepcionales opciones culturales y de ocio, pudiendo ser la solución ideal ante la manifiesta carencia de espacios libre y zonas verdes en el núcleo urbano de Peñaflor. Desafortunadamente, los modos de vida actuales han declinado una relación prácticamente nula entre población y río, al que se le ha dado completamente la espalda. No obstante, esta problemática puede ser entendida como oportunidad.
El entorno de la fábrica constituye un escenario de elevado potencial que no debe ser obviado: existe una antigua ciudad romana –con la singular estructura del higuerón- antiguos hornos cerámicos romanos repartidos por la zona, así como testigos geológicos de gran interés que afloran a la superficie en el propio lecho del río. A ellos se suman infraestructuras hidráulicas con la antigua aceña y el magnífico azud del complejo harinero, la margen de río, susceptible de ser reconvertida en corredor fluvial, y varios tramos de cauce que pueden acoger actividades acuáticas deportivas y de ocio. Entre todos estos elementos se establecen un conjunto de sinergias que pueden ser aprovechadas. En esta labor, el Plan General de Ordenación Urbana del municipio –actualmente en elaboración- tiene una importancia crucial, pues supone el instrumento con el que deben definirse las estrategias que logren dar solución a la carencia de dotaciones o equipamientos y a las necesidades o potencialidades detectadas.
3. Renovar valores.
Tener conciencia histórica y patrimonial no implica la representación de figuras de la memoria. La fábrica de harinas nunca volverá a ser lo que fue otrora, por lo que resulta preciso dejar atrás esa visión melancólica existe un futuro aún por escribir, por lo que hay que contemplar la fábrica desde la óptica entusiasta de lo que puede llegar ser a partir de ahora. Aunque parezca obvio, hay que dar al edificio un nuevo sentido, una nueva razón de ser, que impulse su recuperación como lugar.
Resulta complejo, pues el edificio no conserva absolutamente nada más allá de su estructura, pero esto puede suponer una cierta ventaja, pues al estar vacio se disfruta de libertad para imaginar nuevos usos, son más limitaciones que las del propio contexto en que se inserta.
4. Peñaflor ha de participar.
En este ejercicio de libertad imaginativa, la población local ha de tomar parte activa. La sociedad tiene que entender la recuperación de este bien como una responsabilidad que redundará en el beneficio de la colectividad. Por esa razón. Cualquier acción que se emprenda debería estar fundamentada por una metodología de trabajo y de toma de decisiones en la que estén representados amplios sectores de la población. No en vano, los ciudadanos son los que conocen la realidad del municipio, y serán definitivamente ellos los que harán uso del edificio, lo incorporarán a su cotidianeidad y se preocuparán de su cuidado. Y esa es, sin dudas, la mayor garantía de éxito y de conservación futura.
PIENSA EN ELLO.
Hoy nos enfrentamos al período más decisivo en el porvenir de la fábrica. Es arduamente necesario emprender acciones inmediatas que establezcan figuras de protección específicas, amparadas por la legislación en un marco urbanístico y patrimonial, pues las establecidas hasta ahora han demostrado ser insuficientes. Por otro lado, resulta crucial llevar a cabo labores de consolidación de la estructura de los edificios del complejo, con el fin de frenar o poner fin al deterioro acusado que están sufriendo y al peligro de derrumbe de algunos elementos.
La restauración de bienes como la iglesia de San Pedro Apóstol, el Convento de San Luis del Monte, la Ermita Nuestra Señora de la Encarnación o las Casa Cuevas demuestran que con una estrategia, convicción, motivació, y buen hacer se pueden conseguir grandes logros. De no convencernos que es el momento de actuar, que la fábrica de harinas es una prioridad que ha de ser atendida y que su recuperación es un reto posible, desafortunadamente acabaremos reviviendo –más pronto que tarde- episodios tan tristes como los acontecidos en el pasado. Sólo que en esta ocasión asistiéremos al dantesco espectáculo de ver desaparecer a la fábrica y reducirse a un amasijo de escombros. Entonces, y quizás sólo entonces, nos demos cuenta de cuánto hemos perdido, pues una parte de nuestra conciencia y nuestra memoria morirán con ella.
REFERENCIAS:
- ARCHXX (2008): La arquitectura del siglo XX en España, Gibraltar y las regiones francesas de Aquitaine, Auvergne, Languedoc-Roussillon, Limousin, Midi-Pyrénées y Poitou-Charente. INTERREG III B SUDOE. UE.
- JORNADAS EUROPEAS DE PATRIMONIO (2001). El patrimonio Industrial en Andalucía. Dirección General de Bienes Culturales. Consejería de Cultura. Junta de Andalucía. 160.
- SOBRINO SIMAL, J. (1998). Arquitectura de la Industria en Andalucía. Sevilla. instituto de Fomento de Andalucía. 311.
- SOLÍS LÓPEZ, R. (2008). Estudio ambiental, geomorfológico y patrimonial del Guadalquivir a su paso por Peñaflor. 138. (Inédito).
Rubén López.
Artículo de la Revista Almenara. Nº 32 marzo 2013.